En primer lugar, soy una persona con discapacidad, estoy en silla de ruedas. Resulta que tuve la suerte de tener un padre que hizo todo lo posible para que yo pudiera asistir a la escuela, a pesar de la falta de accesibilidad. Muy pronto, sentí que quería luchar por las personas con discapacidad, aunque yo no tenía ni idea de cómo hacerlo. Lo descubrí al reunirme con el señor Konaté, que era el líder de una organización de personas con discapacidad. Así, en 1994, creé la 1ª asociación de mujeres con discapacidad en Malí. En ese momento, yo ya había acabado mis estudios y trabajaba para una ONG francesa que se llamaba Equilibre. Cuando Handicap International vino a establecerse a Malí en 1996, me contrató como administradora, un puesto que ocupé durante once años. Durante todo ese tiempo, milité en asociaciones de personas con discapacidad a nivel de la subregión, entre otras cosas, como vicepresidenta de la Federación del África Occidental de Personas con Discapacidad, con quien fuimos precursores en la organización del Decenio Africano de las Personas con Discapacidad.
Con el Decenio Africano de las Personas con Discapacidad creamos la Red africana de mujeres con discapacidad de la que fui vicepresidenta. Mi lucha se centró sobre todo en la causa de las mujeres con discapacidad, buscando restaurar su dignidad. Al ver a mujeres sucias en las inmediaciones de las mezquitas, en el suelo para mendigar, hablaba con ellas para incitarles a dar una apariencia más digna. Por eso iniciamos un proyecto para mejorar la imagen de las mujeres con discapacidad, con el fin de acabar con los prejuicios y de demostrar que las mujeres con discapacidad son como las demás, capaces de casarse, de procrear y de tener una familia. En 2000, tuve el honor de poder reunir en Malí a mujeres con discapacidad de 15 países del África Occidental en el marco de una concertación para crear las condiciones de una sinergia de acción a nivel de la subregión.
Me informaron de que se estaba elaborando una Convención sobre los derechos de las personas con discapacidad a través del Ministerio de Relaciones Exteriores y a través del Comité de Derechos Humanos de Ginebra. Me impliqué realmente en la elaboración de esta Convención a través de Handicap International y del Ministerio de Solidaridad, que en esa época estaba muy cercano a la Federación maliense de personas con discapacidad. Me eligieron como punto focal, participé en total en 3 sesiones como mujer con discapacidad que representaba a la sociedad civil y miembro de la delegación de Malí. Yo estaba convencida de que el movimiento de las personas con discapacidad necesitaba este instrumento jurídico que es la Convención; en África, en particular, era necesario tener un punto de referencia sobre el que poder basarse para la elaboración de leyes a nivel nacional, inexistentes en muchos países. Encontré rápidamente mi lugar en este concierto de promoción de los intereses. No podré olvidar jamás esa atmósfera de trabajo: estábamos todos movilizados por la misma causa, para poner fin a los prejuicios y asegurarnos de que los Estados reconocieran que la cuestión de las personas con discapacidad pertenecía a la esfera del derecho y que de ningún modo suponía favores inspirados por la piedad. Había una sinergia entre todos los grupos presentes: el International Disability Caucus, el Proyecto Sur; nosotros trabajábamos sin descanso para seguir haciendo propuestas. En esa época se entablaron numerosas relaciones amistosas.
Malí ya era un país piloto en África Occidental, con un movimiento asociativo muy dinámico. Todos los tipos de discapacidad estaban representados en el seno de la Federación maliense y varios de los principales líderes militaban ya a nivel internacional. Realizamos un inventario que permitió ver que la discapacidad no estaba mencionada en ningún texto legislativo. Por lo tanto, era necesario que Malí ratificara esta Convención, para que se elaboraran leyes normativas. Malí fue el 20º país en ratificar la Convención en 2007, lo que tuvo consecuencias muy positivas para las personas con discapacidad; esto permitió la elaboración de una ley de protección de las personas con discapacidad. Así, el Estado ya no puede contentarse con establecer medidas excepcionales destinadas a las personas con discapacidad. Ahora debe tener en cuenta que se trata de un deber que forma parte de sus prerrogativas. Malí está elaborando una ley normativa y realizó un informe de seguimiento sobre la aplicación de la Convención. Se elaboró un plan estratégico de promoción socioeconómica de las personas con discapacidad para el periodo 2015-2024. Los progresos están ahí, pero hay que hacer más.
Mi participación en este proceso me da un sentimiento de dignidad y de consideración. Ser una persona con discapacidad no es fácil en nuestra sociedad, máxime cuando se es mujer. Haber superado estos hándicaps y haber llegado a esa esfera es un reconocimiento, me siento muy orgullosa de haber participado en la construcción de este instrumento jurídico internacional. Desde entonces no he dejado de trabajar en su aplicación. Estamos ahí todos los días, en las radios, la televisión, en las charlas debate, en las conferencias, para participar en el proceso de desarrollo de nuestro país y sensibilizar a la población sobre la temática de la discapacidad. Hoy en día, incluso la población, las familias, se han dado cuenta de que esta franja de la población merece consideración y que se debe tener en cuenta. La inclusividad es un concepto importante producido por la Convención: la idea es que la persona con discapacidad se sienta concernida por la vida ciudadana, siguiendo el principio de igualdad de derechos y de libertades fundamentales, mientras que la puesta en marcha de programas específicos tiende a crear segregaciones.
Hoy en día, el desafío para el futuro es la aplicación de la Convención. Después de diez años, ha llegado el momento de preguntarse sobre el estado de avance de los procesos de ratificación y de aplicación. Por otra parte, mi caballo de batalla sigue siendo la mejora de la imagen de la mujer con discapacidad en la sociedad maliense. En el informe presentado por Malí sobre la CEDAW, las mujeres con discapacidad se quedaron completamente excluidas; por lo tanto, hay que tener cuidado en no ocultar esta franja de la población. En nuestra acción, hemos preferido las formaciones profesionales (costura, transformación agroalimentaria), sabiendo que el empoderamiento de las mujeres pasa por la adquisición de un poder económico. Quisiera también hacer hincapié en la atención sanitaria de las personas con discapacidad, así como en la salud reproductiva, que tienen una importancia especial en nuestros países. También es mi lucha cotidiana. El acceso a la atención sanitaria, a las infraestructuras sanitarias, al mobiliario sanitario, la comunicación con el personal sanitario, resultan difíciles para las mujeres con discapacidad. Creo que incluso las mujeres con discapacidad mental deberían poder tener hijos, quizás se les tendría que ayudar a ser madres, pero no se les puede prohibir.
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